Ésta última semana me he vuelto un poco loco con los Beach Boys. Ya me gustaban mucho, el verano pasado fui con Lola a ver a Brian Wilson en Barcelona y los dos disfrutamos muchísimo al escuchar todas esas canciones en directo. Pero lo de esta semana fue diferente. Me baje el Pet Sounds para escucharlo mientras estaba en casa de mis padres, y algo hizo ‘click’ en mi cabecita. Y de repente te das cuenta de que llevas toda la tarde escuchando el disco y que lo amas, mucho más de lo que creías. Las canciones comienzan a encajar, los arreglos cuadran como piezas de un puzzle precioso y te das cuenta de lo bonito que es cada segundo de ese disco. A Lola, que es la primera persona que me viene a la cabeza cuando pienso en los Beach Boys, le pasó algo parecido hace tiempo:
Carlos me ha pedido que piense qué relación existe entre mi vida y los Beach Boys. Es la primera vez que pienso en eso, aunque no me ha costado nada hacerlo y se me ha llenado la boca de chispazos de alegría recordando cada uno de esos momentos importantes.
El primer recuerdo que tengo es con Miriam Díaz Aroca y “Cajón Desastre”. Seguramente me quedaba hasta el final para escuchar Barbara Ann. Yo no sabía entonces -¿qué tenía, siete años?-quiénes eran los Beach Boys, ni siquiera me interesaba mucho averiguar de quién era aquella canción que me hacía sonreir y bailar por el pasillo de mi casa. Cogí mi grabadora y la pegué al altavoz de la tele. Barbara Ann en repeat en mi cabeza siempre.
En 1989, enamorada de John Travolta, fui a ver “Mira Quién Habla”. El segundo momento mágico-Beach Boys fue cuando los espermatozoides llegan al óvulo de Kirstie Alley mientras suena I get around. Grabadora, rec, repeat.
Recuerdo el año 2002, unas rocas en Alicante y Would’t it Be Nice. Es entonces cuando me vuelvo más ñoña y fuerte que nunca. Descubrí que cuando bebo gas mi cerebro se mueve, no sé muy bien por qué, creo que lubrica algo. Pues cuando escucho a los Beach Boys me pasa lo mismo.
También recuerdo, en 2003, que un amigo me dijo que cantaría Don’t Worry Baby en un lugar y en un sitio donde menos mal que nunca lo hizo -o eso creo, lo mismo sí ocurrió-, aunque es algo en lo que sigo pensando de vez en cuando y me hace feliz -sí, lo mismo, sí ocurrió. A partir de ahí, me quise casar con Brian Wilson y creo que todos los días se repiten en mi cabeza las primeras notas de I’m Waiting for the day y mi cabeza hace ñññññiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiissssssssssssssss.
Repeat. Repeat. Repeat. Repeat. Repeat.
Otro gran disco que me ha acompañado en el comienzo del año es el In The Aeroplane Over The Sea de Neutral Milk Hotel. Con éste disco me pasó algo parecido, pero hace ya más tiempo. Fue más fácil, claro, porque las canciones son más directas, de un lenguaje más claro que las composiciones de Brian Wilson, pero casi igual de gratificantes. Este año mi hermano, por primera vez en nuestras vidas, me ha pedido que le pase música. Para mí es algo más significativo de lo que parece a simple vista, y él lo sabe. Por eso entrar este año escuchando estos dos discos con él me parece una buena manera de empezar.