Muchos conoceréis a Daniel Higgs por ser el cantante de Lungfish, una de las bandas históricas de Dischord, que, como Fugazi, ha pasado a un estado de reposo que tiene toda la pinta de ser definitivo. En sus trabajos en solitario, el envoltorio, la cáscara de sus canciones, ha cambiado drásticamente, pero no tanto el fondo. Olvídate del Daniel Higgs que capturó y arrastró nuestras miradas de un lado a otro del escenario en Sant Feliu con Lungfish. Pero te puedo decir que sentado a un par de metros de distancia y con un banjo en la mano, impresiona tanto, o más. Con su gabardina vieja, su jersey roído y su barba de cien días no se diferencia mucho de la estereotipada imagen de un sin techo americano predicando en la Quinta Avenida. Cuando saca el banjo y comienza a cantar sobre la muerte y las estrellas, aún se diferencia menos.
Abrió y cerró el concierto con una improvisación con arpa de boca, recuerdo de su primer disco en solitario, Magic Alphabet. El resto de temas, cuatro o cinco más en casi una hora de concierto, eran largos mantras, apenas vestidos con los punteos del banjo, sobre los que Daniel Higgs cantaba con voz profunda historias acerca de Dios, el amor y la muerte en un tono místico que no dejaba de recordarme a Alan Moore. Aunque en sus discos tiene algún tema en el que tira más de electricidad e improvisaciones más cercanas a la psicodelia, esta vez todo quedó a medio camino entre las ragas hindúes y el folk anglosajón, con Daniel Higgs recogiendo el testigo de los chamanes, los bardos y los contadores de historias, superando el escollo del idioma para, otra vez, arrastrarnos a todos los que le escuchábamos dentro de su particular saco de cuentos.
Publicado en Staf Magazine.
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